Espacio de lo pequeño y efímero. Un día, grato; otro, refugio de lo cotidiano, o peor pesadilla. Cueva o castillo, según la necesidad; espacio para lo furtivo. Lo que sucede en un hotel es siempre historia del pasado.
I. Interrogatorio a un pasador de cabello, hallado detrás del pedestal del lavabo.
¿Qué hiciste ayer? ¿Hace cuánto que te abandonaron allí? ¿Lo hicieron con el ánimo de dejar una pista o fue por descuido? Pudiste llegar con una rubia despampanante, un moreno de peluca multicolor –azul, púrpura, rosa, morada–, o con una abuela octogenaria de visita por primera vez por el centro de Guadalajara: en el perímetro de sus calles oscuras, apenas iluminadas por esos bares de mala muerte de la Degollado.
¿Acaso fuiste parte del elenco de la última pieza del viejo teatro?
II. La marca de un puño
¿Qué pasiones se suscitaron aquí, donde el puño estalló en la puerta del baño? ¿Fue un golpe de advertencia o la violencia que quiso irrumpir en el escondite dentro del forzado nido de pasión? Tal vez ella no quería salir, arrepentida y él, envalentonado y embrutecido, no pudo soportar la espera. Tal vez fue un golpe para liberar a alguien encerrado.
¡Cuántas formas de terminar eso! Escenas múltiples para un escritor pero solo una, la única, la real, la verdadera, fue la que viviste tú y no quieres contar, víctima o victimario de este mundo urbano de lo irracional.
Ojalá solo hayas sido una frustración laboral.
III. Espejos
Y ese espejo, cuántas cosas ha visto. No, no lo digo con tono de interrogación: lo afirmo, categórico. Lo deduzco de sus infinitas posibilidades. Ahí, en él, a diario se refleja una distinta cara. Tantas, que un buen día hasta el espejo pierde la cordura –y de paso la identidad– , sí, la que alguna vez creyó tener, antes de ser esa sombra que se observa ser muchos “yo”: yo amado, yo feliz, yo frustrado, yo fugitivo, yo viajero, yo anónimo. Yo, tú, nosotros. Todos tus transeúntes, todos tus huéspedes.
IV. Finale
Un hotel son infinitas posibilidades: todos sus pisos desdoblados por la cantidad de sus habitaciones, multiplicado por sus noches y días de servicio: diez, cien años. Un hotel y todos los hoteles de la ciudad, y de todas las ciudades: historias efímeras, cortas, temporales, volátiles, fantasiosas, reales.
Un hotel y sus fantasmas, vivos o muertos; sedientos o hambrientos; elegantes o en harapos; de hoy o de ayer. Pruebas irrestrictas de lo que ahí sucede; inspiración para lo que hoy contamos: pasadores, grietas, cabellos, rayones y hasta prendas o monedas dejadas en son de pista, de prueba de lo pasajero.
Pero si tú decides no saber, entonces mejor no buscar, no observar. Nada como quedarte con tu corta vida, en lugar de imaginar una prestada.
Más
En un viaje reciente paramos en un hotel de la megalópolis tapatía. El sitio, si bien en buenas condiciones, tenía capas de pintura que ocultaban su pasado, y tenía también un diseño de tapiz en el que se veían decenas de caras. Me hizo pensar en la diversidad de personas que habrían pasado por ahí en cuarenta, sesenta u ochenta años que tendría el edificio, a escasas cuadras de la catedral, de las Nueve Esquinas, del Degollado y de la cantina La Fuente… ineludibles cuando visitas la capital de la mexicanidad. ¿Cuántas historias podría contar?
Pero también me hizo pensar en el Hotel del Millón de Dólares, esa profunda y nostálgica película de Wim Wenders, con un formidable Mel Gibson, una diosa Mila Jovovich y música del potente Bono… las historias que se entretejen en un viejo hotel neoyorquino devenido en refugio de personajes citadinos que de pronto encuentran la oportunidad de volverse millonarios.
Si no la has visto, hazlo ya… Por lo pronto, aprovecha el video que acompaña este post, y escucha acá el Soundtrack, bajado de un cassette, como los de antes.
La Foto
Por supuesto, un fotograma de la película. Pixeleado por selección propia. ¿Cómo olvidar a Tom Tom en la azotea del inmueble?