Los Guardianes o de la teoría a la práctica
Cuando Pablo me preguntó a qué venía a Mazatlán, le dije: “a ver el fin del mundo desde la playa”. Recuerdo que se rió, pero con una sonrisa curiosa. No sé si reconoció mi locura o mi cordura.
Lo cierto es que no dije toda la verdad: me interesaba venir a ver el fin del mundo, curarme de tanta fiesta -un problema de socialización extrema- y quería regenerar mi salud saliendo del círculo de lo que llaman “Rats race” o “carrera de ratas”.
Nunca supe cómo pasó todo, pero un día me ofrecieron un terreno y no lo pensé mucho: estaba dentro de una área protegida -curiosamente en una área urbanizable de la misma, de unas seis manzanas- en la que podía construir, pero no tocar las zonas aledañas. Al mismo tiempo el área, La meseta de Cacaxtla, tiene una superficie de más de 50 mil hectáreas, que incluyen el sitio arqueológico de Las Labradas, una zona de petroglifos que ha sido datada a unos 2500- 3000 años de antigüedad. ¿Podía pedir más?
Sí, algo: un reto, y lo tuve. Los Guardianes está en una zona árida, muy árida, en la que llueve unos tres meses al año; el bosque es caducifolio (más de la mitad del año, el panorama es marrón y seco) y no hay agua. Viniendo de las experiencias de Oaxaca con Pablo, me dije que esto era lo que tenía que probar: mis enseñanzas para hacer uso de la capacidad humana de adaptarse a la sequía.
La fortuna es que existe un sistema de tubería que entrega agua, aunque éste colapsa muchas veces debido a tomas clandestinas desde su lugar de origen (unos diez kilómetros hacia el norte). Buen reto, ¿cierto?
Lo que encontrarás aquí, querido lector, es mi historia nueva, ésta que comienza en mayo de 2024 y no tiene un fin claro, pero estará llena de aventuras.
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Todo es como un rompecabezas o un juego de ajedrez: algunas piezas acomodan, pero no siempre en la mejor posición. La prueba y el error son la única solución para los novatos. Y por suerte no es una partida de ajedrez, sino muchas.