
I
El tiempo existía antes que nosotros. Invisible a nuestros pensamientos, Cronos dormitaba, observaba, nos dejaba hacer, ser.
Se hablaba de lunas, de soles, de ciclos; del invierno, del verano, de la noche y del día. Nacieron calendarios de siembra, de caza, de cosecha y hubo quienes aprendieron a adivinarlo, a preverlo. A interpretarlo para dominar al desinformado:
“Tengo el poder de ocultar al sol”, dijo el brujo que entendió el eclipse; “Puedo hacer llover” dijo el sabio del pueblo. Entre sueños, el Dios del tiempo nos oía hacer, inventar, pensar.
Luego los egipcios hicieron doce horas, construyeron los zodiacos, alinearon las estrellas e Hiparco de Nicea transformó en veinticuatro las doce. Cuando el centro fue Greenwich, los aventureros se fueron a buscar su antípoda, en plena Oceanía… Cronos ya no dormía.
Dejó de sonreír, de reposar. Lleno de curiosidad abrió los ojos, incorporándose como el padre que mira al hijo pícaro. ¿Qué hacían los humanos hurgando en asuntos de los Dioses? ¡Pronto habían olvidado la desobediencia de Ícaro!
Llegaron los relojes y comenzó frenética carrera. Tic-toc, tic-toc, tic-toc. Todo cambió, se uniformó: las pulsaciones, la respiración, las vueltas de la rueda, la noche, el día. Lo humanos dejaron de girar alrededor del tótem y del sol. Las agujas fueron el eje y el segundero el fuete: a partir de ese instante, contamos ciclos, años, meses, minutos, segundos y milésimas. Histórico dislate.
No más Selene, no más Horus. Hasta Cronos fue desplazado.
II
El capitalismo tomó como base el tiempo. No la mano de obra, ni la burguesía: productividad, sueldo por hora, Bolsas del mundo, futuros, bonos a plazo, créditos y tasas de interés. Marx apenas logró esbozarlo.
III
Hoy el tiempo se cuenta en millones por segundo.
Citius, altus, fortius.
Del correo al telégrafo, al teléfono, al telex. Del Fax al correo electrónico, al chat: respuesta inmediata. Ahora. Al instante.
¿Y Cronos?
Hoy dormita, observa. Ha madurado. Sabe que el secreto de la supervivencia, que la magia de la muerte y con ella toda tu suerte, depende, no del reloj ni de él, anciano habitante del Olimpo, sino de la que le dio y quitó la existencia: la vieja y sabia Gea.
Gea, tranquila, espera la vuelta de Urano.
Cuidado, que te ajustarán cuentas, humano.

Más
Siempre tuve una admiración por la figura de Cronos y por supuesto, por la compleja mitología griega. Mientras escribía este texto hice una búsqueda y en esa complejidad conocí más sobre la medición del tiempo, pero la idea viene desde antes: trabajando en Tierra del Sol salió un día la reflexión de cómo los tiempos del campo son diametralmente distintos de los urbanos, donde todo es al segundo y eso no permite comprender la realidad de la naturaleza. De ahí salió el borrador de este texto.
Una de mis lecturas favoritas fue “La isla del día de antes“, en la que Umberto Eco cuenta esa frenética carrera de occidente para encontrar el meridiano 12, el que está justo opuesto a Inglaterra, en el siglo XVII. Muy recomendable para comprender esta carrera de Occidente para control del mundo.
Otro imperdible sería conocer más sobre el Calendario Republicano, de la Francia revolucionaria, que lo implementó como medida antimonárquica y terminó eliminado por otro monarca que fue primero republicano: Napoleón.
Las fotos: la de portada corresponde al gran Dios Cronos, hijo de Urano y de Gea (la madre tierra); la interior es de uno de los primeros relojes egipcios, que contaba 10 horas iguales, más dos: la del amanecer y la del ocaso.