Ver las noticias hoy es un acto doloroso. Ver cómo el diario, cual vil muertero de barrio anuncia una, o veinte, o cien decesos más, me hiere. No importa si son asesinatos en una guerra, enfermos por contagio o víctimas del cambio climático, todos son una interminable procesión de caídos de la que nadie lleva cuenta.
Números. Son solo números, mientras nosotros (los otros), tomamos el desayuno, disfrutamos de una copa frente al televisor o simplemente vemos el interminable desfile en Twitter o (¿qué mejor analogía de lo no importante pudo haber encontrado su dueño como nombre?) “Equis”, como se llama ahora. Vivimos el siglo de la indolencia y del sálvese quien pueda. Al fin y al cabo, “yo no estoy ahí”, “se lo buscaron”, o “seguro no obedecieron”. Como dice el texto atribuído a Bretch: yo no dije nada porque no era como ellos… hasta que un mal día, llegaron también por mí.
Desde que comenzamos a reproducirnos sin límite los datos son tan abrumadores que no los dimensionamos: en 1950 éramos 26 millones de mexicanos; hoy somos 130 y nos seguimos sintiendo orgullosos –y hasta hacemos cara de sorpresa– cuando el INE anuncia que la elección de 2024 será la más grande del país. Llevo toda mi vida escuchándolo.
El mundo pasó de 2500 millones de habitantes en 1950, a 8000 millones hoy. ¿Por qué es sorprendente que un huracán afecte a más casas si cada vez hay más casas? ¿Por qué asombra el daño en la infraestructura, si cada vez hay más infraestructura, y además se construye en las trayectorias de los fenómenos metereológicos? ¿Por qué hacemos cara de sorpresa ante las inundaciones, si sabemos perfectamente que las esponjas naturales –ríos, bosques, mangles y cubiertas verdes– las estamos desapareciendo entre todos? ¿De verdad es novedad?
¡Qué rápido olvidamos de qué está hecho lo que compramos!
No, las noticias no lo dicen: no nos recuerdan que somos el animal más depredador, el más asesino, el más contaminador y mortífero del planeta. Prefieren solo darnos miedo y decir que el judío es malo o que el palestino es violento; que el narco daña más al mundo que la fábrica en la que trabajas, que no hay lugar en los hospitales, así que andas sin cubrebocas bajo tu riesgo; o que Venezuela y Cuba son el peligro comunista más grande del planeta. Nos tienen sentados frente a la televisión, “informándonos” en la caja boba, consumiendo el opio moderno de los pueblos: la información en masa y los culos al aire.
¿Para qué se preocupan por convocarnos a sembrar árboles, a dejar de consumir alimentos cancerígenos o cerrar las fábricas que contaminan? Las noticias no dicen que construir más autos no soluciona el problema del tráfico, ni que más granjas industriales significan más químicos y enfermedades crónicas. Mucho menos nos recuerdan que tu último viaje a Las Vegas significó 700 kilos de dióxido de carbono, o que tu despilfarro (con todo y que sea tu dinero) está impactando en la disponibilidad del agua (que sí afecta directamente el futuro de otros). Tampoco nos explican que tu nuevo apartamento en la playa daña mi disponibilidad de oxígeno y mi derecho a un manglar sano que aminore el impacto del próximo huracán. Hasta nuestros gobiernos de izquierda dicen que hay que hacer más trenes, más refinerías y más carreteras. De sustentabilidad, solo retórica.
Parece paradójico, pero hoy las noticias son un excelente ejercicio de ceguera. En veinte o treinta años, lo que más llamará la atención de esas generaciones es cómo los humanos vivíamos en burbujas mientras ahí afuera se preparaba el mayor cataclismo. “¿Cómo es que esa gran noticia –acusarán– ninguno de nuestros super analistas la vio?”
Y por más que podamos insistir que se les presentó –con pelos y señales– también les podremos decir que nos ignoraron pues solo seguían, confiados y bien maiceados, el teleprompter del sistema.
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La foto
“Journey of Self Discovery”, pieza de la artista sueca Anna Uddenberg y su temática “el malestar de la cultura”. Una pieza muy significativa del valor de la información, la noticias y nuestra triste realidad. Más de su obra disponible acá: https://www.k-t-z.com/artists/39-anna-uddenberg/
La foto 2
Mi lindo barrio cerca de la playa: el funcionamiento inverso de la coladera, que regresa las aguas negras al sitio urbano, como si la gran diosa Gaia estuviese cobrando la afrenta. ¿Y si construimos otro edificito?