Primer rebote de ideas sobre Mazatlán.
¿Dónde buscarías la antítesis de tu vida presente si vivieras en San Sebastián Tutla, Oaxaca, en una casa silenciosa, con jardín, mucho espacio, luz, sin muebles, buenos amigos y paz? ¿Cuál sería el oxímoron?
Sin duda un departamento en La Sirena, en Mazatlán: sin jardín, en una zona abandonada de la ciudad, casi a pie de carretera, en un cuarto pintado de azul aqua, sin jardines alrededor… amueblada, y con una iglesia enfrente. ¿Por qué no?
La vida es una. Tal vez mañana estemos muertos… y ya. Habrás dejado de conocer sitios, percibir olores –ricos o nefastos–, probar cosas apetecibles o no, y de hacer nuevos amigos. Hacerlo o no es igual de correcto: a estas alturas de mi vida el prejuicio no es más que perjuicio.
Bienvenido a la ciudad número 11 de tu vida. Nueva faceta, nueva instalación, nuevo teatro, nuevos personajes. Hay helados y ceviches ricos; chicas hermosas, playa y cerveza… ¿Qué más pedir, un ferry a La Paz? Concedido.
El mezcal y el chocolate venía en la cajuela, por suerte.
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En febrero de 2022, decidí mudarme a Mazatlán, Sinaloa. Aunque las razones concretas son aún desconocidas, se rumora que extrañaba el norte, la playa y lo directo de la gente. También se piensa que quería desmitificar el peligroso noroeste del país y hacer la Baja California en bici. Hasta ahora, todo son suposiciones.
La foto: desde el balcón de casa. Si tuviera audio, podríamos insertar los ruidos de la carretera federal y el perfume de un par de empresas procesadoras de pescado. Bien dicen que el humano se acostumbra a todo. Ah! No he ido a misa hasta ahora.