Mientras escribo esto pienso que la razón principal para mi ánimo lector es el ocio, el entretenimiento, pero inmediatamente después agrego que va de la mano con mi necesidad de comprender al mundo. Y es que leer te transporta, te pone en nuevos escenarios, pero la tarea de entender es propia; leer es una forma barata de escapismo, también la más sana. En este año, que comienza bien, voy por el tercero y tengo ganas de compartir algunos hallazgos.
Flights, Olga Tokarczuk
El primero es la lectura de Olga Tokarczuk. Me lo recomendó mi amiga Dalya, una norteamericana judía que decidió vender todo y no tener ni siquiera una llave. Hace más de diez años que es nómada y por ahí del 2020 me visitó en Oaxaca. Una de las charlas que tuvimos tuvo que ver con la lectura y me recomendó leer Flights, de dicha autora. La sugerencia fue porque era un libro de viajes que le había gustado mucho.
Como muchas ideas, la dejé guardada unos 3 o 4 años y a finales del pasado lo compré, solo para enterarme después que era el libro que le había dado el Nobel. Lo encontré en inglés y quedé atrapado desde el primer instante, aunque no fue sencillo tener traductor en una mano y libro en la otra. Es una prosa profunda, poética, pero también simple y clara. Los relatos no son del otro mundo, pero sí tienen la mezcla de ser historias, anécdotas y cuentos. Uno no sabe bien cuál es cuál, hasta que empieza a tejer los textos: se podría pensar más bien en una bitácora editada, que en un libro escrito expreso, y eso me gustó. De algún modo sentí que eso podrían ser mis libretas de viaje.
Desde la historia de una madre que desaparece con su hijo en una isla del Mediterráneo, hasta la obsesión por los cuerpos disecados, y pasando por las banalidades que suceden en un aeropuerto o las reflexiones que se le ocurren a uno cuando se sube a un barco, la autora te lleva por Europa, Estados Unidos, Rusia, Asia y una serie innumerable de sitios sin nombre claro. El mundo, dice Tokarczuk, parece diverso en su capa externa, pero en el fondo, los humanos somos muy parecidos. Su texto es una especie de diccionario para viajeros comunes y contiene, en su corazón, una advertencia: para entender al mundo, hay que observarlo más y hablar menos.
A Small Place, Jamaica Kincaid
Éste me lo regalaron Matthew –mi primer primo político canadiense de las extensas planicies centrales– y Selene, su ahora esposa. Es un librito de unas ochenta páginas que habla de la vida en la isla de Antigua, en el Caribe. Comienza la autora por posicionarse ahí y contar cómo es vivir en un lugar donde todos se conocen, pero en el que al mismo tiempo, todos son un poco extraños a la vida de los demás: unos se van por años, otros se quedan; unos piensan mucho en su localidad, otros simplemente reptan pensando que todos los días son iguales.
Y en ese tren de pensamiento, Jamaica cuenta cómo los británicos hicieron de Antigua una colonia: le pusieron edificios victorianos –entre los que describe una bibioteca que se volvió inutilizable tras un terremoto hace veinte años– , le adaptaron un sistema de justicia y autoridades británicas, y luego la abandonaron a su suerte, haciendo que la misma gente se preguntara si tenían que mantener el sistema colonial de reglas, volver al pasado o crear otro. La solución, como sucede en muchas islas, y en particular el Caribe, no ha sido tomada porque tiempo… El tiempo que siempre es mucho y a la vez tan poco: la biblioteca sigue sin reconstruirse, y la justicia sin hacerse. Mientras esto permanece, el turismo llega y trae nuevas formas de colonialismo tácito que nadie distingue. Un texto puntilloso y claro sobre ese ejercicio del poder del primer mundo que nunca se ha ido, que solo se transforma.
Al debate anterior se suma una enorme reflexión: un pequeño lugar tiene gente que piensa pequeño, pero como hay tan poca gente, entonces los problemas pequeños se hacen problemas grandes y luego pesan tanto que las personas los hacen suyos y viven con ellos. Al final crecen tanto que terminamos pensando que son grandes problemas y no podemos salirnos de ellos. Antigua es una isla, como muchas veces es una isla el lugar donde vivimos, aunque sea una gran ciudad. La moraleja es que no hagas problemas grandes con los pequeños problemas de la gente pequeña.
Interviews with History and Conversations with Power, Oriana Fallaci.
Fallaci llegó a mí a través de Bruce Chatwin. Él escribió sobre esta enorme periodista que amaba la pugilística verbal: tuvo el orgullo de hacer que Kissinger dijera que la de Vietnam había sido una guerra fallida, entrevistó al Ayatola Khomeini, que la terminó corriendo por quitarse el chador frente a él, tuvo los pantalones de llamar Dictador a Gaddafi, se plantó con el Dalai Lama y así, entrevistó a una serie importantísima de grandes personajes. ¿Ángel o diablo?
Depende. Como charlaba esta mañana con mi amiga Erika, Oriana Fallaci tuvo el valor de ser mujer y plantarse frente a gente históricamente central para hacer lo que hacían los periodistas de los años sesenta o setenta: exasperar al interlocutor, esperar su momento de molestia y hacer de ella, su titular del diario. Eso le salía muy bien. Fue feminista y defensora del mundo Occidental, eso sin duda. ¿Fue colonialista? Por supuesto: los prejuicios afloran en cada una de sus entrevistas. Las palabras democracia, libertad, y mujer son su caballito de batalla y por supuesto, sus mejores aliados para que Yaser Arafat reviente y le diga que la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) seguirá viva y matando judíos mientras Israel exista, por ejemplo. Por cierto, leer a este último, y por otro lado a Golda Meier, ex primera ministra de Israel, permite comprender que ese conflicto no se arreglará básicamente nunca, muchos menos si “Occidente” sigue imponiendo sus decisiones “salomónicas” (dicho sea con todo sarcasmo).
Estoy cerca de terminar la lectura, pero hasta ahora, la entrevista a Mohammed Riza Pahlavi (ex príncipe de Irán en los años 1970) y la de Khomeini son imperdibles y explican muchísimo de este trozo de la historia: no solo en términos de geopolítica, sino del funcionamiento de los medios y sí, ahí vamos de nuevo, el avasallamiento colonialista del “primer mundo” (comillas y sarcasmo de nuevo), frente a todo el mundo que piensa distinto a él. Su mejor argumento: que los tercermundistas somos arcaicos, mientras que Occidente predica modernidad. Les funcionó muy bien, durante lustros… ojalá podamos recuperar la lección, porque nos siguen aplicando la misma fórmula, o como diría Charly García, nos siguen pegando abajo.
A manera de cierre
Leer sí permite comprender mejor al mundo y dejar de ver TikTok. Ésta es una nueva invitación a considerarlo, buscar alguno de estos libros y dedicar más tardes a este tipo de entretenimiento, en lugar de darle tus ojos al señor Meta, al señor X, o a cualquiera de los dueños de las redes sociales que nos tienen secuestrados, es una tarea social.
Hagamos de este mundo, un mundo lector… de cosas que nos ayuden a comprender mejor nuestra realidad y sobre todo, a generarnos un espíritu crítico.
Búscalos así:
Tokarczuk, Olga [2007]. Flights. Penguin Random House. 402 pp.
Kincaid, Jamaica [1988]. A Small Place. FGSBooks. 81 pp.
Fallaci, Oriana [[1976]. Interviews with History and Conversations with Power. Rizzoli International Publications. 379 pp.