De realidad y verdades: Latour (parte 1)
En la colaboración anterior mencioné que más allá de nuestra desconexión con la realidad, relacionada con el exceso de redes sociales, me parecía que, en el fondo, la pregunta más potente se relacionaba con el “cómo” determinamos relacionarnos con la humanidad, es decir, la forma en que decidimos ver la realidad: qué herramientas usamos, desde qué paradigma la vemos, a qué le prestamos atención. En esta ocasión me referiré al respecto.
Iniciaré por una reflexión sobre nuestro sistema educativo: para nuestra fortuna, o mala suerte, casi todos venimos de mundos “mono-educativos”, en los que el sistema de formación siguió un patrón más o menos dirigido a la especialización: buenos arquitectos, buenos biólogos, empresarios, cardiólogos, contadores, sociólogos, etc. De hecho, desde muy pequeños nos han definido y marcado en segmentos poblacionales: mexicanos, suizos, españoles, argentinos, católicos, ateos, evangélicos y demás. Eso de “ponernos en los zapatos de otro” tal vez te llegó en la universidad, pero aun así, nunca habrá pasado de un breve ejercicio de tolerancia. En general hemos sido enseñados con la verdad de cada disciplina y cultura.
Tener certezas no tiene problemas. El detalle es que se vuelvan tan potentes que inhiban otras formas de pensar, que nublen otras percepciones y caigamos en el fundamentalismo. Esta falta de autocrítica no ha sido muy estudiada desde adentro, porque “lógicamente” la mayoría de las disciplinas buscan reafirmar su importancia, no debatirla. ¿Qué mexicano cuestionaría su mexicanidad, o arquitecto el valor de su trabajo?
Hay, sin embargo, un par: la sociología y la psicología, que frecuentemente se preguntan qué estamos haciendo cómo sociedad. Desde mi punto de vista, en ello estriba su valor: motivar el cuestionamiento y ayudarnos cuando nos encerramos en nuestras burbujas sociales. Estudiando ciencias sociales fue donde la palabra “interdisciplinariedad” me hizo completo sentido.
Ruego entonces, a partir del argumento anterior, que nos demos la oportunidad, al menos en estas colaboraciones, de otorgar el beneficio de la duda: pensar que otros pueden tener explicaciones distintas a los fenómenos y situaciones que vivimos. Bruno Latour, al que referiré más tarde, lo dice más o menos así: debemos de luchar contra el pensamiento en una cuba, es decir las ideas fijas, que se quedan en nuestra caja mental y ocupan tanto espacio que no dan entrada a nuevas propuestas.
Para ello puede ser útil lo que llaman standpoint, algo así como “dónde estamos parados”: es imposible negar que soy un hombre, mexicano, de cincuenta y un años, con una formación universitaria de posgrado, pero debería tenerlo en consideración cuando opino: mis razonamientos son distintos a los de la madre soltera de 32 que este domingo se levantó a las 6 para ir a trabajar. Como todos tenemos una mirada, es importante que, como lectores, sepamos desde dónde nos habla cada interlocutor. Ni bueno, ni malo, simplemente diferente.
¿Qué tiene que ver con Latour, y en todo caso, quién es y por qué lo menciono? Allá vamos.
Bruno Latour fue un sociólogo y filósofo francés que se interesó, sobre todo, por los estudios de la ciencia. En pocas palabras, se centró en analizar a los científicos y a los laboratorios. No necesariamente para ver si estaban en lo correcto o incorrecto, sino para averiguar “cómo” se construye la ciencia, y con ella, la verdad. Uno de sus hallazgos más interesantes fue darse cuenta que la ciencia no es tan “objetiva” como parece, y que la palabra “objetividad” es empleada, frecuentemente, como la palabra “razón”: como una herramienta para demostrar que alguien está equivocado y otro no.
Latour construyó, junto con otros autores (John Law y Michael Callon, principalmente) una teoría denominada “del Actor-Red”, algo compleja, pero para el propósito de hoy, me bastará decir que entre sus lineamientos centrales tiene los siguientes: 1) Las personas construyen redes y éstas circulan información: solo comprenderemos una red mientras más información tengamos de ella, pero jamás lograremos abarcarla toda; 2) En las redes no sólo hay humanos: los “no humanos” juegan roles muy importantes, pues modifican dichos entramados: una computadora, un tren, un teléfono, por ejemplo; 3) Los “actores”, como llama a quienes participan en estas redes, dirimen (negocian, debaten, discuten) sus “modos de ordenar” (la manera en que cada uno interpreta la realidad) a través de “procesos de traducción”, en los que las ideas cambian y se adaptan a cada “colectivo” (grupos de actores reunidos por intereses comunes).
¿Y por qué necesitamos a Latour? Por ahora me centraré en tres argumentos: 1) porque conocer su pensamiento nos permite entender que para (re)construir nuestro mundo tenemos que aceptar y negociar todas las formas de pensar, por disímbolas que sean; 2) porque insiste que solamente en la medida que tengamos más información podremos tomar mejores decisiones, y; 3) porque en los últimos años de su vida, Latour llegó a la conclusión de que nuestro planeta enfrenta una emergencia, y que la única forma de resolverla es atendiendo a todas las maneras de pensar, pero también a todos los actores por los que existe el planeta: agua, árboles, oxígeno, tierra, humanos, animales, etc.
Como el lector podrá comprender, el raciocinio latouriano es potente, pero no es el único. En la medida que sea beneficioso a estas colaboraciones intentaré desarrollarlo. Junto con él, me esforzaré en presentar otras formas de pensamiento que de igual modo tienen entre sus preocupaciones centrales el ejercicio reflexivo, la posibilidad de reaprender, el generar autocrítica -y con ella aprendizaje-, así como presentar propuestas para reactivar conexiones con nuestra humanidad.
Verán que no solo las necesitamos, sino que en la medida que las empleemos, estaremos en condiciones de impulsar cambios sociales positivos para nuestro planeta, y para nosotros mismos dentro de él.
En la siguiente colaboración, “El parlamento de las cosas” y más.