¿De verdad estamos desconectados?
En estas colaboraciones trataré de explicar, en menos de mil palabras por artículo, no solo por qué creo que nosotros humanos –así, en el muy amplio sentido del término- necesitamos reenfocar y generar cambios paradigmáticos en esta centuria, sino que me esforzaré por presentar el tema, argumentar, y ofrecer alternativas. Huelga decir que los comentarios para una construcción conjunta serán siempre bienvenidos.
Hoy partiré de una premisa: “somos una sociedad en la que el tiempo importa más que la vida”. ¿A qué me refiero? A que en el ritmo de vida actual nos preocupa más cumplir con una serie de metas (autoimpuestas o no), que la magia de la vida en sí misma. Estamos, por decirlo en una palabra llana que me queda corta, robotizados.
Es más, en este momento, podrías estar a punto de leer la siguiente nota, o de cambiarte de app, porque “ya te aburriste”, porque me estoy “poniendo académico”, o “repitiendo lo mismo de siempre”. Dame unos minutos más, por favor.
Será un texto corto porque hoy solo quiero compartirte que, desde mi punto de vista, el meollo del asunto está en el tiempo, aunque (como veremos en otras colaboraciones), no es el único aspecto. En textos anteriores me he referido a la paradoja del tiempo, premio y castigo de la humanidad, y cómo éste es central para el capitalismo, incluso más que la percepción misma del dinero (https://andaryego.com/a/tiempo-y-capitalismo/).
En nuestro día a día nos ocupamos en realizar las actividades lo más pronto posible para… ¡tener tiempo para hacer más actividades! Hemos sido, probablemente sin pensarlo, secuestrados por la urgencia, por la necesidad de hacer y por el viejo adagio de “time is money”. Es por eso que vemos las noticias rápidamente, que tenemos Twitter, Facebook o Instagram: porque nos hacen pensar que en unos cuantos segundos podemos enterarnos de todo.
¿Consecuencias? Información incompleta, malos entendidos, falta de comunicación y, por supuesto, noticias digeridas, resumidas, que no podemos cuestionar por falta de información. En suma: estamos conectados a internet, pero desconectados de la realidad: vemos solo un lado de la noticia, de la ciencia o del problema porque eso nos satisface… finalmente, porque lo dijo alguien en quien creemos.
“5 muertos, 10 levantados, 3 medallas de los paraolímpicos, un debate en el senado, un político que miente, guerra en Gaza…” La información viene tan rápida y constante que nos abruma y terminamos por normalizarla: “ah, sí, 5 muertos más…” Como quien ve un río pasar sin apreciar la magia que lo hizo: la tierra, la lluvia, las nubes, el sol, el deshielo, los millones de pequeñas gotas que lo transforman en torrente.
Sin proceso de análisis, sin búsqueda de la información en otras fuentes para confirmarla, la noticia veloz nos deja sin capacidad de crítica y de debate. Ni qué decir de la autocrítica, de la toma de posición razonada, o del intercambio de información con otros. Pareciera que nos importa más el tiempo que la vida. Resulta paradójico que las redes sociales, como otrora la televisión y el teléfono, diseñados para facilitar la comunicación, se hayan vuelto propietarios de nuestras comunicaciones.
Me parece, no obstante -y aquí comienzo mi argumento y cierre- que las redes y las noticias solo representan la punta del iceberg. En el fondo se encuentra cómo decidimos relacionarnos con la humanidad: el tiempo que dedicamos a nuestra formación continua, el espacio que le damos a la socialización, el que le otorgamos a la lectura y, -tal vez más crucial- el que liberamos para no permanecer siempre en el espacio social que nos da cobijo y seguridad: ¿cuánto de nuestro tiempo dedicamos a salir de la burbuja que nosotros mismos nos creamos, para pensar si no existen otras alternativas para nuestros retos y formas de vida? La comodidad es buena, pero atrofia.
Vivimos -y lo desarrollaré en nuevas colaboraciones- en la etapa de la historia humana en la que las comunicaciones y desplazamientos son más sencillos, pero al mismo tiempo, en la que los humanos hemos construido más guetos y “fortalezas” de nacionalismo y regionalismo que obstaculizan nuestros aprendizajes: “nosotros” estamos bien, “ellos” están mal.
Habitamos una época en la que el intercambio cultural se da básicamente entre pares del mismo nivel socioeconómico y educativo, y se reduce al extremo entre los “diferentes”: viajeros que se desplazan hacia mundos símiles, migrantes que terminan en barrios de migrantes, católicos que se juntan con católicos, etc. Occidente borró la diferencia cultural y nos dejó la marginalización social.
¿Qué mecanismos existen para que el habitante urbano pueda conocer la verdadera vida del campo? ¿Qué espacios tienen los habitantes rurales para comprender la vida urbana? No solo es más complejo comprender los retos y necesidades de cada grupo social, sino que también nos perdemos la magia y las oportunidades de los espacios en los que no vivimos: la seducción de un atardecer en el mar para quien no lo ha visto, o el encanto de la creación de la vida en la naturaleza para un niño citadino, por ejemplo. La globalización no es más que una réplica de occidente, con todo y sus grandes yerros.
¿Y qué nos queda? Como en el caso de las grandes adicciones, comenzar por reconocer que tenemos una afección, para después comenzar a tratarla. Admitir que hemos dejado el hechizo de la vida sepultado en los milisegundos, y salir de la presión del tiempo para observar el mundo y recomponer lo que está en nuestras manos, pero con consistencia: de nada servirá hacer retiros espirituales, meditaciones o sembrar árboles, si al final volvemos a la vida de siempre. ¿Alguien recuerda sus promesas de pandemia?
De eso se tratará Tiempo y vida: de aportar ideas y herramientas -siempre dentro del reto de mil palabras, o una lectura de unos diez minutos- para reaprender, dudar y reactivar conexiones con nuestra humanidad.
¿Qué tal si comienzas con una buena sobremesa sobre el tema esta semana y nos cuentas cómo te fue?
Jorge Areyzaga
septiembre 30, 2024 @ 1:04 am
No sé si el tiempo es la clave. Pero de acuerdo en que muchos seguimos la misma receta diaria, día tras día. Una solución se vislumbra complicada, porque quien va a ser el primero en dar el paso para salir de la rueda de roedor?
Samuel Morales
octubre 1, 2024 @ 8:18 pm
“Una” de las claves, amigo. Completamente difícil, de acuerdo. Lo primero es reconocerlo, lo segundo es hacer uso de nuestra humana inventiva para pensarlo y cambiarlo. Pronto más colaboraciones e ideas. Saludos!
Pris
septiembre 26, 2024 @ 6:17 am
Diste en el punto, parece ser que se nos olvidó que estuvimos encerrados dos años, tiempo en el que muchos reflexionamos de la vida y que la naturaleza se renovó, olvidamos que ansiábamos salir a pasear y disfrutar del mundo, en vez de eso nos atrapó la tecnología y sus múltiples ramas de distracción. Ahora, pronta a cumplir años, deseo ver más el mundo. Espero que ese deseo se logre cada vez más. Me gustó leerte! Corto, conciso, reflexivo.
Samuel Morales
octubre 1, 2024 @ 8:19 pm
Gracias! Mañana sale la nueva colaboración. Saludos!
Mike
septiembre 26, 2024 @ 12:09 am
Desde hace algunas semanas hemos platicado en familia que estamos inmersos en un sistema (escuela, sociedad, redes, eventos, etc) que nos tiene atrapados en seguir estereotipos y nos olvidamos de lo esencial: de vivir y disfrutar de la magia de este mundo. La solución puede ser tan sencilla como vivir alejados de todo y todos, sin tecnología, sin noticias, sin fiestas, etc.
Samuel Morales
octubre 1, 2024 @ 8:19 pm
Tal vez no tan fácil… pero hay soluciones. Saludos, Mike!